DIARIO INFORMACIÓN 11/06/2011
OPINIÓN
CARLOS DE AGUILERA
Tienen toda la razón los miembros de la asociación Heliaca al oponerse a la construcción de un campo de golf en un paraje de dos millones de metros cuadrados y con la pretensión de dar cabida a una urbanización destinada a jubilados europeos. Por las siguientes razones:
El golf es un bello y sano deporte -como lo son la vela, la escalada en los Alpes, el "surfing" en Indonesia y el buceo con escafandra en la barrera coralífera australiana-. Pero, por desgracia para los que no viven por allí, sólo se puede practicar con la imaginación. En una tierra semiseca, cultivada por plantas ajenas a las propias que precisa un "green", a la que hay que dotar de los elementos necesarios para que parezca esa alfombra verde que precisa el juego, y con una pluviosidad que se halla a la mitad más o menos exacta de lo que marca la necesidad de que se mantenga continuamente verde, con unos brotes que han de ser defendidos de las plantas autóctonas que no toleran la invasión de otro vegetal foráneo, con el soporte de una temperatura media superior en una docena de grados a la idónea para que aquello no parezca pasto para conejos, creemos sinceramente que es un atrevimiento costoso, que no va a dar resultado.
Es frecuente que los promotores lleven su idea sólo hasta cierto punto y una vez allí, o desaparezcan o se encojan de hombros. Una vez han vendido las parcelas o chalés se les olvida lo que pudiéramos llamar el protocolo del sostenimiento. Y en estas tierras levantinas, dicho olvido es muy desagradable para los que se han dejado allí sus dineros pensando que van a estar en Pedreña, donde la maestría de llorado Ballesteros -que no tuvo jamás que pensar en que su hierba no fuera otra cosa que pura eclosión de la naturaleza- imponía su golpe de "stick" sin que jamás, ni él ni ningún santanderino tuviera que mirar al cielo "a ver si llueve".
La propuesta de la Boticaria no tiene la bendición de la Conselleria de Medio Ambiente -es decir, no garantiza ni autoriza el caudal suficiente como para regar ningún campo de golf, ni allí ni en toda la provincia-. El agua necesaria para ello duplica con creces las necesidades de un espacio que debe estar absolutamente verde, absolutamente limpio y absolutamente húmedo, mediante el aditamento de productos químicos que anulen la existencia y el ataque de los microorganismos (que tampoco crecen en Santander) que son capaces de echar a perder el "green" aun antes de que se haya colocado la pelotita sobre él. Y que no tienen visos de cambiar por mucho que se lo maree con aditamentos químicos o con otros tipos vegetales igualmente alejados de los que la naturaleza ha dispuesto que estén allí. Los que ya somos mayores y hemos llevado el deporte como ayuda en nuestras vidas siempre recordamos el dicho de Rebuffat en Chamonix, que al referirse a las condiciones idóneas para practicar la escalada en roca, alude a la disposición de los vientos que pueden ayudar o en caso contrario dificultar la escalada al pico más alto de los Alpes. Dicen allí que "cuando la Verte no quiere... el Montblanc no puede". Es decir, que transponiendo el tema a la Boticaria podríamos decir "no se cansen, no se gasten el dinero, no construyan nada... el clima no es partidario de ello". Y ¿quién lo dice? Pues la gente de Monóvar, de la cercana Sierra de Salinas, del pedazo de provincia en la que nos ha tocado vivir y ¿quién lo confirma? Las autoridades encargadas de velar por el conocimiento y el empleo de los caudales de las aguas públicas de una provincia que, desgraciadamente, no tiene más agua que la que hay. Y consecuentemente con su carácter público, debe velar porque no se aplique su uso donde no debe aplicarse.
El golf puede ser bonito, higiénico, saludable y hasta conveniente, sobre todo para quienes ya no pueden correr tras una pelota o manejar una raqueta. Pero su práctica exige imperiosamente "un sitio de golf". Que no es precisamente la Boticaria.
OPINIÓN
CARLOS DE AGUILERA
Tienen toda la razón los miembros de la asociación Heliaca al oponerse a la construcción de un campo de golf en un paraje de dos millones de metros cuadrados y con la pretensión de dar cabida a una urbanización destinada a jubilados europeos. Por las siguientes razones:
El golf es un bello y sano deporte -como lo son la vela, la escalada en los Alpes, el "surfing" en Indonesia y el buceo con escafandra en la barrera coralífera australiana-. Pero, por desgracia para los que no viven por allí, sólo se puede practicar con la imaginación. En una tierra semiseca, cultivada por plantas ajenas a las propias que precisa un "green", a la que hay que dotar de los elementos necesarios para que parezca esa alfombra verde que precisa el juego, y con una pluviosidad que se halla a la mitad más o menos exacta de lo que marca la necesidad de que se mantenga continuamente verde, con unos brotes que han de ser defendidos de las plantas autóctonas que no toleran la invasión de otro vegetal foráneo, con el soporte de una temperatura media superior en una docena de grados a la idónea para que aquello no parezca pasto para conejos, creemos sinceramente que es un atrevimiento costoso, que no va a dar resultado.
Es frecuente que los promotores lleven su idea sólo hasta cierto punto y una vez allí, o desaparezcan o se encojan de hombros. Una vez han vendido las parcelas o chalés se les olvida lo que pudiéramos llamar el protocolo del sostenimiento. Y en estas tierras levantinas, dicho olvido es muy desagradable para los que se han dejado allí sus dineros pensando que van a estar en Pedreña, donde la maestría de llorado Ballesteros -que no tuvo jamás que pensar en que su hierba no fuera otra cosa que pura eclosión de la naturaleza- imponía su golpe de "stick" sin que jamás, ni él ni ningún santanderino tuviera que mirar al cielo "a ver si llueve".
La propuesta de la Boticaria no tiene la bendición de la Conselleria de Medio Ambiente -es decir, no garantiza ni autoriza el caudal suficiente como para regar ningún campo de golf, ni allí ni en toda la provincia-. El agua necesaria para ello duplica con creces las necesidades de un espacio que debe estar absolutamente verde, absolutamente limpio y absolutamente húmedo, mediante el aditamento de productos químicos que anulen la existencia y el ataque de los microorganismos (que tampoco crecen en Santander) que son capaces de echar a perder el "green" aun antes de que se haya colocado la pelotita sobre él. Y que no tienen visos de cambiar por mucho que se lo maree con aditamentos químicos o con otros tipos vegetales igualmente alejados de los que la naturaleza ha dispuesto que estén allí. Los que ya somos mayores y hemos llevado el deporte como ayuda en nuestras vidas siempre recordamos el dicho de Rebuffat en Chamonix, que al referirse a las condiciones idóneas para practicar la escalada en roca, alude a la disposición de los vientos que pueden ayudar o en caso contrario dificultar la escalada al pico más alto de los Alpes. Dicen allí que "cuando la Verte no quiere... el Montblanc no puede". Es decir, que transponiendo el tema a la Boticaria podríamos decir "no se cansen, no se gasten el dinero, no construyan nada... el clima no es partidario de ello". Y ¿quién lo dice? Pues la gente de Monóvar, de la cercana Sierra de Salinas, del pedazo de provincia en la que nos ha tocado vivir y ¿quién lo confirma? Las autoridades encargadas de velar por el conocimiento y el empleo de los caudales de las aguas públicas de una provincia que, desgraciadamente, no tiene más agua que la que hay. Y consecuentemente con su carácter público, debe velar porque no se aplique su uso donde no debe aplicarse.
El golf puede ser bonito, higiénico, saludable y hasta conveniente, sobre todo para quienes ya no pueden correr tras una pelota o manejar una raqueta. Pero su práctica exige imperiosamente "un sitio de golf". Que no es precisamente la Boticaria.
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